lejandro palpó el hombro flojo, fuera de lugar. Y una certeza helada se le instaló en el pecho.
Eso no había sido un accidente.
—Nos vamos al hospital —sentenció.
Sofía corrió hacia la puerta como si le hubieran quitado un peso de encima. Alejandro la siguió con Mateo en brazos. Casandra intentó frenarlo con frases suaves, con disculpas perfectas, con la cara de esposa preocupada…
Pero Alejandro pasó de largo.
La camioneta arrancó con fuerza, dejando a Casandra sola en la entrada de la mansión, viendo cómo se le iba el control.
Y por primera vez en dos años, Alejandro estaba despierto.
La sala de urgencias del hospital olía a desinfectante y a miedo.
Una enfermera de ojos amables examinaba el brazo del bebé con movimientos precisos, casi reverentes. Sofía estaba sentada en una silla demasiado grande, los pies colgando, sin tocar el suelo. No había dicho una palabra desde que salieron.
La doctora entró con el gesto serio.
—El hombro está dislocado —informó—. Hay que recolocarlo. Va a doler, pero es necesario.
Hizo una pausa. Miró a Alejandro. Miró al bebé. Miró a Sofía.
