Mi rica tía me dejó su imperio de 89 millones de dólares con una condición: tenía que revelar un secreto familiar en su funeral.

Así que cuando murió la tía Vivienne, toda la familia apareció vestida de negro y hambrienta. Los abrazos parecían ensayados. Las lágrimas parecían ensayadas.

Mi padre me agarró del codo mientras nos sentábamos en primera fila.
"Cállate", murmuró. "Deja que el abogado se encargue".

Fue entonces cuando el abogado se levantó.

Abrió una carpeta y dijo: "El testamento de Vivienne Sterling incluye un requisito que debe completarse antes de que su heredero principal reciba cualquier distribución".

La boca de mi padre se curvó en una sonrisa que no llegó a sus ojos.

El abogado se giró hacia mí y me extendió un sobre sellado: lacre oscuro, mi nombre escrito con la letra afilada de mi tía.

“Señor”, dijo con voz serena, “usted es el principal beneficiario del patrimonio de la Sra. Sterling, valorado en aproximadamente ochenta y nueve millones de dólares”.

Una ráfaga de aire recorrió la capilla. La gente se irguió. Mis primos se quedaron mirando como si les hubieran robado.

Entonces el abogado añadió: “Sin embargo… el testamento exige que lea el contenido de ese sobre en voz alta, aquí, hoy”.

La sala no se quedó en silencio.

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