Mis lágrimas cayeron sobre el césped cuando me di cuenta de que mi madre me había dado algo mucho más significativo que el dinero: un hogar construido sobre el amor, no sobre la codicia.

En las semanas siguientes, mi hermano y mis tías discutían sin parar sobre lo que creían que se les debía, mientras yo pasaba tardes tranquilas cuidando el jardín que mi madre una vez amó.
Con cada flor que planté, recordé que la verdadera riqueza no se mide en dinero, sino en paz, agradecimiento y el tipo de amor que supera el dolor.
El último regalo de mi madre no fue material, sino un mensaje. La verdadera fortuna no reside en lo que recibes, sino en el amor que te moldea y te convierte en quien eres.
Nota: Esta historia es una obra de ficción inspirada en hechos reales. Se han alterado nombres, personajes y detalles. Cualquier parecido es pura coincidencia. El autor y la editorial no se responsabilizan de la exactitud, la responsabilidad ni la interpretación de la información. Todas las imágenes son solo para fines ilustrativos.