Me fui de casa a los 18 años para empezar mi vida. Fui a la universidad en otro estado.
Cuando tenía 23 años, mi madre enfermó, pero nunca la visité: estaba ocupado criando a mis dos hijos y lidiando con mis propios problemas. Ahora, cinco años después, hizo su testamento; no recibiré nada. Ni casa, ni ahorros, ni siquiera un recuerdo.

Mamá dijo: “¡No te portaste como una hija! Nunca me consideraste de la familia. ¡Así que no tienes derechos!”. Sonreí.
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