Y yo, tonta de mí, acepté. Después de todo, ¿qué importaba si su familia no sabía? Era mi proyecto, mi sueño, mi inversión. Durante los primeros 5 años de matrimonio, trabajé incansablemente en la renovación y puesta en marcha del hotel. Fueron años duros, llenos de desafíos, noches sin dormir, problemas con permisos, contratistas que no cumplían, empleados que había que entrenar desde cero. Ricardo, debo admitir, fue un apoyo durante esos años. Cuando llegaba a casa exhausta, con los pies hinchados y el maquillaje corrido por las lágrimas de frustración, él estaba ahí con una copa de vino y palabras de aliento.
“Vas a lograrlo, mi amor”, me decía mientras me abrazaba. Eres la mujer más fuerte que conozco. El hotel al que bauticé como Casa Esmeralda, en honor a mi abuela, abrió sus puertas hace exactamente 10 años. Los primeros meses fueron difíciles, la ocupación era baja, las reseñas eran mixtas, pero poco a poco, con dedicación obsesiva al detalle y un servicio impecable, Casa Esmeralda comenzó a ganar reputación. Primero fueron los blogues de viajes locales, luego las revistas de turismo, después los influencers internacionales.
Para el tercer año, Casa Esmeralda había ganado su primer premio como mejor hotel boutique de la ciudad. Para el quinto año estábamos en todas las guías de viaje importantes. Para el séptimo año tuve que rechazar ofertas de compra de cadenas hoteleras internacionales que querían adquirir mi pequeña joya. Pero mientras mi vida profesional florecía, algo en mi matrimonio comenzaba a marchitarse tan lentamente que no me di cuenta hasta que fue demasiado tarde. Los comentarios de admiración de Ricardo se fueron transformando en observaciones sutilmente críticas.
“¿No crees que pasas demasiado tiempo en el hotel?” Los niños de Miguel preguntan por su tía nunca está en las reuniones familiares. Mi madre dice que una mujer que trabaja tanto debe tener algo que ocultar. Yo intentaba balancear todo. Reganizaba mi agenda para asistir a los almuerzos dominicales en casa de doña Carmen, donde invariablemente terminaba ayudando en la cocina mientras los hombres veían fútbol. Escuchaba durante horas las quejas de mi suegra sobre lo difícil que era la vida mientras ella vivía en una casa que sus hijos le habían comprado y no había trabajado un solo día fuera de su hogar.
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