Después de la boda, toda la familia me trató diferente. Incluso Ate Hanh me mandó un mensaje disculpándose. No le guardé rencor; hasta sentí lástima por ella. Porque a veces, la gente te menosprecia simplemente porque no te conoce de verdad.
Mi marido me abrazó y me susurró:
“Estoy orgullosa de ti. Le diste una lección sin que yo tuviera que alzar la voz.”
Sonreí:
“Nadie es pobre para siempre, y nadie es rico para siempre. Lo que importa es cómo tratas a los demás cuando estás en la cima.”
Miré al cielo y sonreí. Al final, pensé: la vida es justa. Llegará el día en que los orgullosos se doblegarán ante aquellos a quienes antes despreciaban.
Y cuando lo oí gritar de nuevo: «¡Director!», no sentí orgullo. Porque sabía que el verdadero respeto no se compra con dinero; es fruto del carácter y del trabajo duro.