
En la oscuridad, yacía de lado, de espaldas a mí, manteniendo una distancia prudente, como si temiera que incluso el más mínimo roce pudiera lastimarme.
En ese momento, mi corazón se enterneció.
Nunca esperé que el hombre que todos consideraban frío pudiera ser tan amable.
Cuando desperté a la mañana siguiente, la luz del sol entraba a raudales por las cortinas.
Sobre la mesa había una bandeja de desayuno: un vaso de leche caliente, un sándwich de huevo y una pequeña nota que decía:
“Fui a la oficina. No salgas si llueve. – E.”
Sosteniendo esa nota, las lágrimas rodaron por mis mejillas.
Durante más de veinte años, había llorado por las traiciones de los hombres, pero esta fue la primera vez que lloré porque a alguien le importé.
La verdad detrás del matrimonio
Unas semanas después, escuché por casualidad una conversación entre Caroline y su médico personal.
Su voz era débil cuando dijo:
“Siento que el corazón me falla. Solo quiero que Ethan tenga a alguien a su lado cuando yo no esté. Anna es muy amable. No lo abandonará por su enfermedad.”
Y en ese momento, lo comprendí.
Ethan no era como los demás hombres. Tenía un defecto congénito que le impedía desempeñar el papel de marido.
Me quedé paralizada, y luego sentí un nudo en la garganta.
Siempre pensé que me habían intercambiado por la villa, pero en realidad, me eligieron por amor y confianza.
Desde ese día en adelante, hice un juramento: pasara lo que pasara, nunca lo abandonaría.
Una noche tormentosa, Ethan sufrió un grave ataque al corazón.
Presa del pánico, lo llevé corriendo al hospital.
En su delirio, me apretó la mano con fuerza y susurró:
“Si algún día te cansas, puedes irte. La casa… es tuya. No quiero que sufras por mi culpa.”
Me eché a llorar.
¿Cuándo se convirtió este hombre en el centro de mi corazón?
Le apreté la mano y le dije:
“No me voy. Eres mi esposo, Ethan. Eres mi hogar.”
Cuando abrió los ojos, sonrió; la primera sonrisa que veía desde nuestra boda.
No tuvimos un matrimonio “normal”, pero lo que compartimos fue mucho más valioso: respeto, comprensión y un amor silencioso y duradero.
La villa junto al lago —que en su día fue solo un regalo por lástima— se había convertido ahora en nuestro verdadero hogar.
Planté crisantemos en el porche; Ethan pintó en la sala de estar.
Por las tardes, tomábamos té juntos, escuchando la lluvia y compartiendo sueños sencillos.
Quizás la felicidad no se trate de perfección, sino de encontrar a alguien que elija amarte a pesar de todo.
Y lo supe; lo había encontrado aquella temblorosa noche de bodas.

Diez años después
Han pasado diez años desde aquella noche, la noche en que supe que Ethan no era como los demás hombres, y la noche en que decidí quedarme no por lástima, sino por amor.
La villa junto al lago en Austin ahora está rodeada por los macizos de flores que yo mismo planté.
En el porche hay dos viejas sillas de madera donde, cada tarde, tomamos té, escuchamos la brisa sobre el agua y recordamos viejos tiempos.
Ethan tiene ahora cuarenta y un años. Trabaja como pintor paisajista independiente y da clases de arte en una universidad.
En cuanto a mí —Anna Harrison— dirijo una pequeña floristería en la ciudad.
Nuestra vida es tranquila y sencilla, y parecía que nada podría perturbarla.
Pero el destino siempre encuentra la manera de llamar a tu puerta.
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