Sacó su teléfono e hizo una llamada. En cuestión de minutos llegó la seguridad de la villa. “Escóltelos afuera. Aquí ya no son bienvenidos”, afirmó.
Los guardias de seguridad se llevaron a sus hijos, con una mezcla de sorpresa y humillación en sus rostros. Protestaron, pero Jack se mantuvo firme. “Nunca más nos faltarás el respeto a mi esposa ni a mí. Consideren esto como su lección de respeto y una llamada de atención”, añadió, antes de decirles que también les cortaría todas sus tarjetas de crédito.
Jack no perdió el tiempo. Inmediatamente llamó al banco y les cortó el acceso, obligándolos a valerse por sí mismos por primera vez. Les dejó claro que su comportamiento tenía consecuencias y que necesitaban aprender a ser responsables y respetar.
Los meses siguientes fueron difíciles. Durante muchos años dependieron de sus tarjetas de crédito para disfrutar de la vida. Sin ellos, lucharon, pero terminaron entendiendo el valor del trabajo y el respeto.
Una noche recibimos una llamada de todos sus hijos. “Papá, lo sentimos”, dijeron todos, con la voz llena de genuino remordimiento. “Estuvimos equivocados. ¿Podemos empezar de nuevo?”
Jack me miró con lágrimas en los ojos. “Por supuesto”, respondió con la voz quebrada. “Siempre podemos empezar de nuevo”.