Director, actor, productor, compositor de bandas sonoras, político… la polifacética estrella ha hecho del ‘set’ de rodaje su hogar, un lugar desde el que ha encarnado personajes inolvidables y narrado historias que, como él, serán eternas
Clint Eastwood, en una aparición en enero de 2020 en Los Ángeles. En los últimos años, el actor se deja ver poco en público.Michael Kovac (Getty Images for AFI)
A mediados de abril, Clint Eastwood reaparecía junto a la etóloga Jane Goodall en un acto celebrado en Carmel, el pueblo californiano donde el actor ha vivido la mayoría de su vida y del que llegó a ser alcalde en los años ochenta. El aspecto del intérprete nonagenario, con frondosa barba blanca y caminando con algo de dificultad, fue tema de conversación en redes sociales para muchos usuarios que, estupefactos, comprendían que Clint Eastwood es de carne y hueso y que, a pesar de llevar toda una vida dedicada al cine, él también envejece.
El legendario cineasta cumple este 31 de mayo los 94 años, pero a pesar de que ya no se deja ver a menudo en eventos públicos continúa trabajando delante y detrás de las cámaras. Acaba de terminar de rodar la que se rumorea que podría ser su última película, Juror No. 2, todavía sin fecha de estreno.
Actor, director, productor, compositor de bandas sonoras… después de 70 años dedicados a la profesión, con dos premios Oscar a la mejor dirección y más de 80 títulos a sus espaldas, pocos pueden igualar la trayectoria de quien es considerado una de las últimas leyendas vivas de Hollywood.
Venerado por público y crítica, abandera una compleja dualidad entre el arquetipo de tipo duro, serio y lacónico encarnado en muchas de las películas que ha protagonizado y su faceta como director al frente de historias más intimistas, con personajes femeninos potentes y pertenecientes a minorías.
Curtido en televisión e icono del ‘spaghetti western’
Clint Eastwood nació en otro mundo. Un lugar donde no había televisión y en el que convertirse en estrella de cine ni siquiera era un sueño recurrente porque la industria del entretenimiento apenas había echado a andar. Su madre, Ruth Eastwood, se quedó embarazada en pleno crac del 29 y el 31 de mayo de 1930 nació en San Francisco un bebé de más de cinco kilos de peso llamado Clint Eastwood, igual que su padre. Cuatro años más tarde llegó su única hermana, Jeanne.
El mundo todavía estaba recobrando el sentido después del impacto de la debacle económica acaecida unos meses antes y durante su primera infancia, Eastwood pasó mucho tiempo viajando junto a su familia, cambiando de ubicación a medida que su padre iba logrando nuevos empleos.
Esa vida en la carretera quedaría reflejada en muchas de sus películas. Muy alto para su edad, el actor se ha definido como un niño tímido que se sintió fascinado cuando la música entró en su vida. En especial, el jazz. Cuando fue entrevistado en el programa Inside the Actors Studio, explicó que aprendió a tocar el piano “de oído”, una habilidad con la que pudo ganarse la vida de adolescente tocando en bares de la zona de Oakland, donde la familia se había asentado.
La escuela nunca le interesó demasiado y tras los años de instituto decidió probar suerte en Los Ángeles. Sus 1,93 metros de altura y su belleza severa de rasgos duros funcionaron como carta de presentación. Consiguió su primer papel en 1954, hace ahora 70 años. Sin embargo, después de una temporada trabajando para Universal con pequeños papeles el estudio prescindió de él.
Ahí podría haber terminado el periplo de Eastwood en el cine, no hubiéramos sentido la rabia de Sin Perdón ni llorado con Los puentes de Madison o compadecido a la Maggie Fitzgerald de Million Dollar Baby. Por suerte, recibió una oferta para una serie de televisión en una época en que la vida familiar de la clase media estadounidense giraba en torno a este aparato.
Desde 1958 hasta 1965 se curtió en la ficción semanal Cuero crudo. Aquel trabajo no presentaba un desafío demasiado grande para Eastwood, pero le brindó una nueva oportunidad en el cine. Y esta vez, no la desaprovechó. El director italiano Sergio Leone contó con él para protagonizar Por un puñado de dólares (1964), un spaghetti western rodado en España y donde Eastwood construyó su imagen de hombre meditabundo, serio y solitario.
La película fue un éxito mundial y aquel hombre sin nombre ataviado con un poncho, un sombrero y un eterno cigarrillo volvió en otras dos películas más: La muerte tenía un precio (1965) y El bueno, el feo y el malo (1966), englobadas dentro de la conocida Trilogía del dólar. Una anécdota ilustra la posición de Eastwood en aquel momento: fue el propio intérprete quien llevó el vestuario para el filme (cigarrillos incluidos). Cuando terminó la etapa de Sergio Leone, Eastwood ya era uno de los actores del momento, pero todavía faltaba un pequeño salto más para ser una rutilante estrella.
De policía embrutecido a director consagrado
Desde el comienzo de su carrera como actor, Eastwood se había sentido atraído por la dirección. En el set de rodaje, seguía con atención los movimientos de los cineastas para, algún día, dar el salto detrás de la cámara.
El paso previo fue crear su propia productora, The Malpaso Company, con el objetivo de seleccionar las historias que bajo su punto de vista merecía la pena contar. En 1971 debutó como director con el thriller Escalofrío en la noche, un primer trabajo que dividió a la crítica. Mientras, proseguía con su carrera como actor ganando popularidad año tras año.
En esta época trabajó con el director Don Siegel en Harry el sucio, la primera de cinco películas protagonizadas por el detective Harry Callahan, un policía violento convencido de que el fin justifica los medios. Aquel filme se estrenó en 1971 (la última película de la saga llegó en 1988) en un convulso contexto político con Richard Nixon como presidente de un país polarizado.
La película no estuvo exenta de crítica y llegó a ser tachada de “fascista”. Politizada o no, desde el punto de vista comercial fue un gran éxito, tanto es así que el revolver que porta el conflictivo detective, un Smith&Wesson modelo 29, multiplicó sus ventas en aquellos años. La saga de Harry el sucio le permitió sacudirse el polvo del lejano oeste y postularse como nuevo favorito para las películas de acción. Además, le vinculó en el imaginario colectivo a esa imagen de hombre ajeno a sentimentalismos, garante del orden y defensor de la autoridad por encima de todo.
Clint Eastwood como ‘Harry el sucio’ en 1971.Silver Screen Collection (Getty Images)
Republicano orgulloso y convencido, el actor nunca ha tenido pelos en la lengua y ha expresado sus opiniones políticas cuando y donde ha querido. También en la gala de los premios Oscar. En la edición de 1973, salió al escenario después de que la activista india Sacheen Littlefeather rechazara, en nombre de Marlon Brando, el Oscar a mejor actor protagonista por El padrino.
Aquel gesto con el que denunciaba el trato discriminatorio de Hollywood hacia los nativos americanos fue ridiculizado por Eastwood: “No sé si debería presentar este premio en nombre de todos los vaqueros a los que se filmó en todos los westerns de John Ford a lo largo de los años”, dijo en tono de sorna nada más salir a la palestra.
Consagrado como uno de los grandes directores de su tiempo, nunca ha querido saber nada de la industria más allá de protagonizar y hacer películas. Desde la posición privilegiada que ostenta, hace décadas optó por vivir una vida lo más tranquila posible en Carmel, un pequeño pueblo situado en el condado californiano de Monterrey.
Celoso de su vida privada, encontró en su mansión con vistas al mar, rodeada de animales y naturaleza, el reducto familiar idóneo para vivir con parte de sus ocho hijos (la palabra tumultuosa se queda corta para describir la vida privada del intérprete, alimentada más de rumores que de hechos confirmados).
El idílico pueblo ha tenido y tiene gran importancia en la vida del actor, quien llegó a ejercer de alcalde entre 1986 y 1988. “No soy una persona muy sociable”, confesó a la BBC en un reportaje de hace años grabado allí. “Veo las películas en un cine de aquí cerca, las veo con gente que no forma parte de la industria y así puedo ver cómo reaccionan, de eso modo entiendo mejor la realidad que me rodea”, contó frente a la cámara.
El éxito más allá de los 60 años
A lo largo de los años, ha compaginado la faceta actoral con la dirección, a veces con trabajos que coinciden en el tiempo. El respaldo definitivo a su labor de dirección llegó en forma de Oscar en 1993. La película Sin perdón, un western sesudo coprotagonizado junto a Morgan Freeman, cosechó nueve nominaciones y se llevó cuatro grandes premios, entre ellos mejor dirección y mejor película.
A sus 63 años, tenía por delante algunas de las mejores películas de su filmografía. Él aún inspiraba con su interpretación a actores de acción como Arnold Schwarzenegger, fan declarado de Clint, pero era su forma de contar historias lo que atraía a las grandes estrellas, deseosas de ponerse bajo sus órdenes. “Nunca dice acción ni corten, es él mismo en el set de rodaje. Maravilloso”, le describió Morgan Freeman.
El mismo actor que personificó la violencia policial en Harry el sucio hizo encogerse de emoción hasta al espectador más cínico en Los puentes de Madison (1995), junto a Meryl Streep.
La actriz rememoró el rodaje de la que es una de las películas románticas más icónicas en su paso por el Festival de Cannes de este año: “Clint Eastwood hizo esta película en cinco semanas. Trabajó muy rápido. Se levantaba a las cinco de la mañana para llegar a las clases de golf de por la tarde. Básicamente, lo que se ve en la película son los ensayos. Así es como trabaja (…)”.
Clint Eastwood ganó el Oscar a mejor película y mejor dirección por ‘Million Dollar Baby’ (2004). Christopher Polk (FilmMagic)
Además de ser rápido y eficiente en la dirección, el cineasta acostumbra a rodearse siempre del mismo equipo, quizá la familia más estable que ha creado. En 2003, su trabajo se reconoció de nuevo con la aclamada Mystic River, que alcanzó seis nominaciones y dos Oscar. Cuando muchos compañeros de profesión de su generación empezaban a dar un paso atrás o aceptar papeles de poca trascendencia pero gran nómina, él seguía encadenando éxito tras éxito.