Los gritos de la gente que corría tras ellos.
Los faros de un coche entrando en el patio.
Pánico. Pasos. Rugido.
Pero Marina solo los oía a ellos dos: Leo y Eli, aferrados a ella con tanta fuerza, como si quisieran borrar para siempre el recuerdo de años de dolor.
Sabía que él no se iría fácilmente. Que ese hombre no se rendiría. Que su oscuridad no los dejaría ir sin luchar.
Sabía que esa noche sería el comienzo de una guerra para la que no estaba preparada.
Pero de algo estaba segura:
Jamás permitiría que se separaran de nuevo.
Ni por miedo.
Ni por destino.
Ni por el pasado.
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