Esa noche, Verónica los llevó a su casa en Polanco. El silencio entre ellos era pesado, lleno de recuerdos y heridas.
Camila, aunque feliz, se mostraba distante.
Daniel apenas hablaba.
Días después, ella les contó toda la verdad: cómo los buscó durante años, cómo construyó su imperio con la esperanza de volver a encontrarlos.
Daniel rompió a llorar.
—Yo también te fallé —dijo—. Escuché a mi madre cuando me dijo que me habías abandonado. Y me fui sin darte la oportunidad de explicarte.
Verónica lo tomó de las manos.
—Ya no importa. Lo importante es que hoy estamos aquí. Juntos.
Poco a poco, la familia se reconstruyó.
Camila, con el talento heredado de su padre, empezó a cantar en cafés y programas locales.
Daniel componía de nuevo, guiado por el oído y la memoria.
Hasta que un día, madre e hija subieron juntas al escenario de un teatro capitalino. Camila cantó una nueva canción escrita por su padre:
“Canto por ti, mamá,
por los años que el tiempo nos robó.
Por ti, papá, que nunca dejaste de soñar.”
El público lloró.
Fue una noche mágica.
Al día siguiente, los medios titularon:
“La empresaria mexicana que reencontró a su familia tras 16 años de separación.”
“El músico ciego y su hija cantante conmueven al país.”
En una entrevista televisiva, el conductor le preguntó a Daniel:
—Si pudiera pedir un deseo… ¿cuál sería?
Él sonrió, mirando hacia donde sabía que estaban su esposa y su hija:
—No deseo nada. Porque ya lo tengo todo.
—¿Y qué es eso que tiene? —
—Mi familia —respondió, con voz serena—. El verdadero milagro.
Las luces del estudio se encendieron, y los tres se tomaron de las manos.
Por fin, después de tantos años de oscuridad, el amor volvió a iluminar sus vidas.