La revelación golpeó a Samantha como un mazazo. La mujer no era una extraña: era la madre de Daniel. Más tarde, los registros policiales confirmarían que era Eleanor Adams, una antigua enfermera psiquiátrica que había desaparecido cinco años antes tras ser diagnosticada con demencia severa. Daniel le había dicho a todo el mundo que había muerto en una residencia de ancianos.
Pero no lo había hecho. Él la había estado escondiendo en el sótano.
La grabación mostraba a Daniel cerrando la puerta del sótano con llave y llevando gentilmente a su madre de vuelta al interior después de que ella hubiera tocado al bebé. Antes de que bajaran, Eleanor miró directamente a la cámara, como si de alguna manera lo supiera. “Se parece a mi pequeño Danny”, murmuró. “No dejes que se lo lleven”.
Samantha entregó el vídeo a la policía a la mañana siguiente. En cuestión de horas, los agentes regresaron a la casa con una orden judicial. Detrás de una pared falsa en el sótano, descubrieron un pequeño espacio improvisado para vivir: un catre, fotos antiguas y suministros médicos. Eleanor estaba allí, asustada y confundida, pero ilesa.
Daniel confesó que no había podido soportar la idea de internar a su madre tras su deterioro mental. La había mantenido oculta durante años, convenciendo a Emily de que había fallecido. Eleanor se escabullía escaleras arriba a través de un antiguo pasaje de servicio para ver a su nieto cuando Daniel no miraba, hasta que las cámaras de Samantha lo expusieron todo.
La historia se extendió rápidamente por el vecindario. Emily solicitó la separación poco después, y Daniel se enfrentó a cargos por confinamiento ilegal y obstrucción. Samantha dejó la casa de los Adams para siempre, pero guardó la diminuta cámara ambientador en su cajón, un recordatorio del día en que su intuición salvó a un niño y descubrió un secreto enterrado a plena vista.
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