A Samantha se le heló la sangre. El sótano era el espacio de trabajo de Daniel. Él le había dicho explícitamente que estaba “prohibido el paso” debido a sus proyectos confidenciales. Pero ahora parecía que algo mucho más oscuro estaba ocurriendo allí.
Al día siguiente, cuando Daniel salió a hacer la compra, Samantha bajó sigilosamente las escaleras. El aire estaba húmedo, cargado de un vago olor metálico. Al fondo, encontró una puerta cerrada con un pequeño teclado numérico. Notó arañazos alrededor de la cerradura, como si alguien hubiera intentado abrirla desde dentro.
Retrocedió rápidamente, con el pulso desbocado. Esa tarde, hizo una llamada anónima a la policía, informando de un posible intruso.
Cuando llegaron los agentes, Daniel parecía tranquilo
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