La verdad enterrada
Alejandro notó algo que otros habían pasado por alto:
la presión del bolígrafo en las últimas páginas indicaba que Valeria había escrito sobre una superficie dura y en un espacio cerrado. La escritura se volvía temblorosa, irregular, señal de miedo y estrés extremo.
Al reconstruir aquel día, Alejandro entrevistó a antiguos profesores y compañeros.
Uno de ellos, Carlos Navarro, reveló algo inesperado:
—“Esa mañana Valeria discutió con un adulto… no era un estudiante. Era un guardabosques del parque.”
El nombre salió a la luz con dificultad:
Esteban Rocha, guardabosques asignado a la zona en 2004.
Nunca fue sospechoso porque afirmaba haber pasado el día en otro sector.
¿Y si su coartada era falsa?
La confesión
Alejandro localizó a Esteban, ahora viviendo solo en un pequeño pueblo de montaña.
Cuando el cuaderno de puntos rojos fue colocado sobre la mesa, el hombre murmuró:
—“Pensé que nunca lo encontrarían
Esteban confesó que Valeria se había resbalado y golpeado la cabeza contra una roca. Preso del pánico, no pidió ayuda. La llevó a una antigua cabaña de cazadores abandonada para que descansara.
Valeria recobró el conocimiento por momentos, desorientada, y escribió en su cuaderno.
Por la tarde… dejó de respirar.
Dos días después, un equipo forense excavó el lugar señalado.
Se encontraron restos óseos, fragmentos de ropa y una vieja botella de agua.
La prueba de ADN confirmó la verdad: eran los restos de Valeria Cruz Hernández.
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