Nada parecía fuera de lo normal. Nadie imaginaba que ese día dejaría una sombra imborrable sobre toda una generación.
Entre los alumnos estaba Valeria Cruz Hernández, una chica de 14 años, callada, responsable y brillante en sus estudios. Tenía una costumbre muy particular: siempre llevaba consigo un cuaderno de tapas con puntos rojos, donde anotaba absolutamente todo. Jamás lo olvidaba en casa.
El viaje comenzó sin contratiempos. Los profesores dividieron a los estudiantes en dos grupos para subir por senderos distintos y reunirse más tarde en el punto principal.
Valeria iba en el grupo guiado por la joven profesora Laura Méndez, quien llevaba apenas dos años trabajando en la escuela.
Al pasar cerca de un pequeño estanque rodeado de rocas resbaladizas, Laura pidió que el grupo se detuviera para reagruparse.
Fue entonces cuando se dieron cuenta de que faltaba una alumna.
—“¿Alguien ha visto a Valeria?” —preguntó Laura, intentando mantener la calma.
Nadie respondió. Algunos pensaron que quizá había avanzado un poco más; otros creyeron que se había detenido a tomar notas sobre las plantas en su cuaderno.
Todo ocurrió en menos de diez minutos, pero el corazón de Laura latía con fuerza.
La búsqueda inicial duró más de media hora. Los profesores gritaban su nombre, los alumnos corrían en distintas direcciones y algunos comenzaron a llorar. Al no encontrarla, la dirección de la escuela avisó de inmediato a la policía local.
Al mediodía, la policía del estado de Jalisco, perros rastreadores y voluntarios ya estaban en la zona.
No apareció ningún rastro: ni mochila, ni cuaderno, ni huellas cerca del estanque.
Era como si la tierra se la hubiera tragado.
Durante los días siguientes, helicópteros sobrevolaron la sierra y equipos de rescate revisaron cada sendero y cada barranco. Los padres de Valeria aparecieron en la televisión nacional suplicando cualquier información.
Las autoridades investigaron todas las posibilidades: accidente, fuga voluntaria, secuestro.
Pero ninguna encajaba del todo.
Valeria no tenía motivos para huir.
Las zonas peligrosas estaban lejos del grupo.
Y no había pruebas de un secuestro.
Tras una semana, el nombre de Valeria Cruz ocupó titulares en todo México. Los rumores crecieron, algunos realistas, otros sensacionalistas.
Con el paso del tiempo, el caso fue perdiendo atención y quedó archivado como “sin resolver”.
Veinte años después… una llamada lo cambió todo
El 3 de octubre de 2023, el exinspector Alejandro Morales recibió una llamada inesperada de un antiguo colega, Héctor Salgado.
Ambos habían trabajado juntos en varios casos, incluido el de Valeria Cruz en 2004, una herida que Alejandro nunca logró cerrar.
—“Alejandro… tengo algo. No vas a creerlo. Está relacionado con el caso de Valeria Cruz.”
Un escalador había encontrado un cuaderno de tapas con puntos rojos, envuelto en una bolsa de plástico vieja y escondido bajo una roca, a casi cinco kilómetros del sendero donde Valeria desapareció.
En la primera página se leía claramente un nombre:
Valeria C.
Las hojas estaban deterioradas, pero aún se podían leer fechas, dibujos de plantas y pensamientos breves.
Y una frase inacabada que heló la sangre de los investigadores“No debí haber venido sola con él…”
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