La mujer del octavo piso: cómo mis dibujos de la infancia salvaron un corazón solitario

Allí, preservados con esmero, estaban mis coloridos dibujos a crayón, notas manuscritas como “¡Que tengas un buen día!” y flores prensadas con esmero, todo bellamente enmarcado. Sobre su mesa había una carta sellada con mi nombre. Dentro, había escrito: “Querido Daniel, tus dibujos iluminaron mis días. Aunque no tenía familia, tu amabilidad me recordó que no me habían olvidado. Gracias por traer una serena alegría a mi vida. Con gratitud, Sra. Hill”.

Leer sus palabras me emocionó profundamente. Siempre había creído que mis gestos eran pequeños e insignificantes, pero para ella significaban muchísimo. Ese día, comprendí cómo incluso los actos de bondad más sencillos pueden marcar profundamente la vida de alguien. Ahora, cada vez que paso por el octavo piso, le agradezco en silencio por recordarme que la compasión, incluso en su forma más simple, puede dejar una huella duradera.

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