LA HIJA DEL MILLONARIO MURIÓ EN SUS BRAZOS, PERO EL HIJO DEL JARDINERO VIO ALGO EN EL MONITOR Y DETU…

El instinto de proteger, de consolar al único padre que le quedaba, la necesidad de saber qué le había pasado a su salvador fue más fuerte que el trauma que le había mantenido prisionera. Luchó contra la niebla, contra el silencio. Sus labios que no habían formado una palabra en media década temblaron. Forzó el aire desde sus pulmones, un esfuerzo sobrehumano y con una voz rasposa, frágil, pero perfectamente clara, hizo la pregunta que lo cambiaría todo. Papá, ¿dónde está Leo?

Ricardo levantó la cabeza de golpe. Su propio dolor olvidado por un instante. No podía creer lo que había escuchado. Sofía susurró su voz temblorosa. Hablaste. Ella lo miró. Sus ojos, antes nublados por el coma, ahora estaban claros, enfocados y llenos de una angustia que él comprendía perfectamente. Repitió la pregunta. Cada sílaba un esfuerzo monumental pero inconfundible. Papá, ¿dónde está Leo? Fue un milagro nacido de la tragedia. La conmoción por el peligro de su amigo había sido la llave final que abrió la cerradura de su silencio.

Ricardo la abrazó soyosando en su cabello una mezcla desgarradora de alegría y desesperación. Está en el hospital, mi amor”, le dijo su voz ahogada. “Pero va a estar bien. Te prometo que va a estar bien.” En ese momento, la promesa que le hizo a su hija se convirtió en su única misión. Dejó a Sofía al cuidado de una enfermera de confianza y se transformó. El millonario afligido desapareció y en su lugar surgió el depredador de los negocios.

El hombre que no aceptaba un no por respuesta. Usó su poder y su furia como un arma. Movilizó a su equipo de seguridad con una sola orden. Encuentren ese coche. Encuentren al conductor. No me importe el costo. Mientras tanto, se aseguró de que Manuel y Leo fueran trasladados a la misma suite de lujo de su hospital, atendidos por el mejor equipo de neurocirujanos y traumatólogos del país. Manuel, el padre de Leo, había sufrido múltiples fracturas, pero sobreviviría.

Leo, afortunadamente solo tenía una conmoción cerebral severa y algunos huesos rotos. Estaba vivo. Dos días después, mientras Ricardo estaba sentado entre las camas de Leo y Sofía, su teléfono sonó. Era su jefe de seguridad. Lo tenemos, señor. Al conductor. Cantó como un pájaro en cuanto le ofrecimos protección. Ricardo cerró los ojos. Seis meses después, el sol brillaba sobre el agua azul de la alberca de la mansión Castillo. Manuel, el padro de Leo, ahora completamente recuperado y ascendido a jefe de todos los jardines de las propiedades de Ricardo, podaba unas rosas con una sonrisa.

En el borde de la alberca, Ricardo observaba la escena no con la mirada ausente de un millonario, sino con la atención plena de un padre. Dentro del agua, Leo sostenía con cuidado a Sofía enseñándole a flotar. Confía en mí”, le decía él. “yo sostengo.” Ella que meses atrás no podía emitir un sonido, ahora reía. Una risa cristalina que llenaba todo el jardín. “El agua está fría, Leo”, exclamó salpicándolo. Él le devolvió el salpicón y una guerra de agua comenzó.

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