La esposa, con dolores de parto, llamó a su marido. Él, con una mano abrazando a su amante y con la otra sosteniendo el teléfono, le respondió fríamente: —Si vas a tener una niña, no la quiero criar; solo ocupará espacio en la casa… ¡Vete a vivir con tus padres! —y colgó.

Tomás dio un paso atrás, sintiendo un vacío extraño en el estómago.

—Tranquilo —añadió don Ernesto—. La bebé está bien. Pero Lucía… Lucía preguntó por ti antes de caer en coma. Quería saber si habías llamado.

Tomás intentó defenderse.

—Yo… estaba ocupado. Tenía una reunión…

—¿Una reunión en un hotel de lujo? —interrumpió el vecino, sacando otro documento.

Era una copia de un informe policial. Había sido dejado bajo la puerta esa misma madrugada.

Tomás lo tomó. Y al leerlo, casi dejó caer el papel:

“Testigo anónimo reportó a un hombre en estado de ebriedad manejando un auto de lujo con una mujer joven. Placas coinciden con el vehículo de Tomás A.”

—¿Quién… quién hizo este reporte? —preguntó con voz quebrada.

—Lucía —respondió el vecino—. Llamó al 911 camino al hospital. Apenas podía respirar, pero aun así te protegió. Les pidió que no te arrestaran… dijo que tenías ‘muchas responsabilidades’.

El mundo se le vino encima. El corazón le martillaba las sienes.

Y entonces don Ernesto soltó la última bomba:

—Olvidé decirte algo. Lucía despertó hace unos minutos… y pidió que sacaran a alguien de la sala de espera.

—¿A quién? —preguntó Tomás, con la voz hecha cenizas.

—A la mujer que llegó gritando que era tu prometida.
A esa tal Valeria.

Tomás sintió que el piso desaparecía bajo sus pies.

—¿Valeria está aquí?

—Estaba. Hasta que los doctores la sacaron por alterar el orden. Pero antes de irse… dejó esto.

El vecino sacó un pequeño sobre rosa.

Tomás lo abrió desesperado.

Dentro había una hoja escrita con la letra de Valeria:

No quiero arruinar mi vida por alguien sin dinero ni futuro. Me voy con alguien que sí sabe valorar a una mujer. No me busques.

Tomás cayó de rodillas.
Todo lo que había usado para humillar a su esposa… le caía encima como un derrumbe.

El vecino tomó a la bebé en brazos.

—El hospital te quiere ver. Lucía pidió firmar su alta voluntaria.

—¿Alta? ¿Pero si estaba en coma?

Don Ernesto lo miró con una mezcla de compasión y dureza.

—Despertó hace una hora. Y pidió que la trasladaran a casa de sus padres. No quiere volver aquí. No quiere volver contigo.

Tomás abrió la boca, pero no salió sonido.

Don Ernesto añadió:

—Ah, y antes de irse… firmó esto.

Le entregó otra hoja:

PAPEL DE RENUNCIA A TODO BIEN COMPARTIDO
Y PROHIBICIÓN LEGAL DE ACERCAMIENTO.

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