El conductor del autobús, libre ahora de las limitaciones de un autobús lleno, se acercó a la anciana con una cálida sonrisa. “Vamos, querido. Me aseguraré de que consigas un asiento”, dijo el conductor, tendiéndole una mano. Agradecida y aliviada, la anciana aceptó el gesto, con los ojos brillando de agradecimiento.
Cuando desembarcó el último pasajero, el conductor del autobús hizo subir a la abuela al autobús, asegurándose de que encontrara un asiento cómodo. Con un gesto de gratitud, el conductor cerró las puertas, dejando atrás un autobús lleno de personas que acababan de presenciar un acto de bondad simple pero profundo que les recordó la importancia de la empatía y la compasión en medio de la rutina diaria.