“Mi hijo me enseñó que nunca debemos aceptar que nos digan quiénes somos”, decía ella. Somos nosotros quienes decidimos eso. La historia que comenzó con un heroico salto a una piscina se había convertido en una ola de cambio que se extendió por todo el país. Las escuelas comenzaron a enseñar sobre los prejuicios inconscientes. Las empresas revisaron sus políticas de contratación y miles de jóvenes descubrieron que tenían el poder de cuestionar los sistemas injustos. Richard Whtmore había intentado enseñarle a Tiago Santos su lugar en la sociedad.
En respuesta, Tiago le había enseñado al mundo entero que ningún lugar es demasiado pequeño para alguien con la grandeza suficiente como para transformar la injusticia en oportunidad. La lección final era cristalina. La arrogancia destruye a quienes la practican, pero la inteligencia combinada con un propósito justo construye legados que duran generaciones. Thiago no solo había vencido a Richard Whtmore, sino que había demostrado que el verdadero poder nunca estuvo en las cuentas bancarias o los títulos de propiedad, sino en la capacidad de ver potencial donde otros solo ven prejuicios.
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