ESA FUE LA ÚLTIMA NOCHE QUE RECIBÍ GOLPES DE ÉL. AL DÍA SIGUIENTE, LE SERVÍ DESAYUNO… Y JUSTICIA…

 

Sonó, sonó, sonó. Buzón de voz. Volvió a marcar. Esta vez sí, contestó Carla. Soy yo. Necesito verte. Necesito Tomás. La voz de ella sonaba distante, fría. No podemos seguir viéndonos. ¿Qué? ¿Por qué? Ya me enteré de lo que pasó, de la denuncia, de todo. Yo no me voy a meter en eso. Pero tú me dijiste que me querías, que íbamos a estar juntos cuando yo dejara a mi esposa. Eso era cuando pensé que tú ibas a dejarla, respondió Carla.

No, cuando ella te dejó a ti por golpeador. Lo siento, Tomás. No quiero problemas. Y colgó. Tomás se quedó ahí parado en la calle con el celular en la mano, viendo como su vida se desmoronaba pedazo por pedazo. La esposa que lo denunció, los hijos que lo temían, la mamá que estaba decepcionada, el trabajo que probablemente perdería, la amante que lo abandonó, todo lo que había construido con mentiras, con control, con miedo, se estaba cayendo y no había nadie a quien culpar más que a él mismo.

Caminó sin rumbo durante horas por las calles de Ecatepec. Pasó frente a bares donde antes tomaba con sus amigos, frente a la casa de su mamá donde no se atrevió a tocar, frente al parque donde Diego y Fernanda jugaban cuando eran pequeños. Finalmente terminó en un hotel barato cerca de la central de autobuses, una habitación pequeña que olía humedad y cigarros viejos. Se tiró en la cama sin quitarse los zapatos y por primera vez en su vida adulta, Tomás Herrera lloró.

No de arrepentimiento, no de culpa, sino de autocompasión, de rabia contra el mundo que no lo entendía, contra María que lo había traicionado, contra el sistema que estaba de lado de las mujeres. Porque esa es la tragedia de los hombres como Tomás. Incluso cuando pierden todo, incluso cuando la evidencia de su maldad está frente a ellos, siguen sin entender, siguen pensando que son las víctimas. Esa noche, en dos lugares distintos de Ecatepec, dos personas intentaban procesar lo que había pasado.

Tomás en una cama de hotel pensando en cómo recuperar el control que había perdido. Y María en su propia cama por primera vez en 20 años sin sobresaltos, pensando en cómo construir la vida que siempre mereció. La diferencia era que solo una de ellos iba a lograrlo y no era Tomás. Una semana después, Tomás se presentó en la casa de su mamá en la colonia Las Américas. Doña Rosa Herrera abrió la puerta con expresión cansada. Había envejecido 10 años en 7 días.

“Mamá”, dijo Tomás con voz quebrada, “por favor, necesito tu ayuda.” Doña Rosa lo dejó pasar, pero no lo abrazó como otras veces. Lo llevó a la cocina, le sirvió café y se sentó frente a él con los brazos cruzados. Dime la verdad, Tomás, le pegaste a María. Fue un accidente, mamá. Yo estaba tomado. Estábamos discutiendo. ¿Y sí o no? Interrumpió doña Rosa con voz dura. Le levantaste la mano a tu esposa. Tomás bajó la mirada. Sí, pero solo fue una vez.

Te lo juro, mamá. Solo una vez. Doña Rosa soltó una risa amarga. ¿Y crees que eso lo hace mejor? ¿Crees que con solo una vez se arregla todo? Tu papá, que en paz descanse, nunca me puso una mano encima en 40 años de casados, ni borracho, ni enojado, nunca. Papá era diferente. No, Tomás, tú eres diferente. Lo cortó su mamá. Yo crié a tres hijos. Tu hermano Javier lleva 12 años casado con Lupita y jamás la ha tocado.

Tu hermana Rocío está divorciada, pero su ex nunca le puso una mano encima. ¿Por qué tú sí? Tomás apretó las manos alrededor de la taza de café. Porque María me provocaba. Porque me hacía enojar. Porque no. Doña Rosa golpeó la mesa. No le eches la culpa a ella. María es una buena mujer, una buena madre. Yo siempre lo supe y tú la trataste como basura. Mamá, por favor, necesito que hables con ella, que la convenzas de retirar la denuncia.

Si tú le dices, “No voy a hacer eso.” Doña Rosa se levantó. “lo que voy a hacer es ir a visitarla para pedirle perdón por haberte criado así, por no haberme dado cuenta antes, por todas las veces que ella vino aquí con moretones y yo fingí no verlos.” Tomás se quedó helado. ¿Tú sabías? Claro que sabía respondió su mamá con lágrimas en los ojos. Las madres siempre saben, pero me daba miedo enfrentarte. Me daba miedo romper la familia y ahora me doy cuenta de que por mi silencio María sufrió más tiempo.

Tomás salió de la casa de su mamá sin el apoyo que esperaba. subió a su auto, un Jetta del año pasado que ahora era lo único que le quedaba, y manejó sin rumbo por las calles de Ecatepec. Tenía que hacer algo, tenía que recuperar el control, tenía que demostrarle a María que no podía simplemente desecharlo así. Entonces, se le ocurrió una idea. Esa tarde Tomás fue al colegio donde estudiaban Diego y Fernanda. Sabía que la orden de restricción le prohibía acercarse a ellos.

Pero, ¿qué tal si ellos se acercaban a él? Eso no estaba en la orden, ¿verdad? Se estacionó frente a la secundaria técnica número 32, a una cuadra de distancia. Esperó. A las 2:15 vio a Fernanda salir con sus amigas, le marcó al celular de su hija. Fernanda sacó el teléfono de su mochila, vio el nombre de su papá en la pantalla, se detuvo. Sus amigas la miraron. ¿Qué pasa, Fer? Es mi papá. susurró Fernanda. No le contestes le dijo una de sus amigas.

Tu mamá dijo que no pueden tener contacto, pero Fernanda era todavía una niña de 15 años y por más que su papá le hubiera dado miedo, seguía siendo su papá. Contestó, “Papá, hija, mi amor. ” La voz de Tomás sonaba rota, desesperada. “Necesito verte. Solo 5 minutos, por favor.” “No puedo, papá.” Mamá, dijo, “Tu mamá te está llenando la cabeza de mentira sobre mí”, interrumpió Tomás. “Yo solo quiero explicarte lo que pasó. Que sepas que yo te amo, que todo fue un error.

Estoy aquí afuera de tu escuela en mi auto. Solo acércate 5 minutos.” Fernanda volteó y lo vio. El jeta gris estacionado a media cuadra. Su papá en el asiento del conductor haciéndole señas. Papá, no puedo. Si me acerco, te metes en problemas. No me voy a meter en problemas si tú vienes por tu propia voluntad, insistió Tomás. Solo quiero darte un abrazo. ¿Ya no quieres a tu papá? Fernanda sintió cómo se le hacía un nudo en la garganta.

Sus amigas la jalaban del brazo negando con la cabeza. Sí, te quiero, papá. Pero entonces, ¿ven solo un minuto? Fernanda colgó el teléfono y comenzó a caminar hacia el auto. Sus amigas intentaron detenerla, pero ella se soltó. Lo que Tomás no sabía es que Diego salía de la preparatoria al mismo tiempo, justo una cuadra más adelante y había visto todo. Diego corrió hacia su hermana. Fernanda, no. Pero ella estaba a pocos metros del auto de su papá.

⬇️Para obtener más información, continúa en la página siguiente⬇️

 

Aby zobaczyć pełną instrukcję gotowania, przejdź na następną stronę lub kliknij przycisk Otwórz (>) i nie zapomnij PODZIELIĆ SIĘ nią ze znajomymi na Facebooku.