Mis días escolares fueron difíciles. Los sábados por la mañana significaban recorrer tiendas de segunda mano en busca de ropa usada, ya que comprar ropa nueva estaba fuera de discusión para mi familia. Socializar era un lujo; Las fiestas de cumpleaños eran prohibidas porque mamá no podía entender por qué gastábamos dinero en regalos. ¿Dinero de bolsillo? Eso era inaudito.
Pero en medio de la lucha, mi padre fue mi apoyo. Todas las noches, me llamaba su pequeña luz, trayendo alegría a mis días tristes con pequeños obsequios y viajes secretos al cine. Mamá, en cambio, parecía distante, perdida en su propio mundo. Ella era estricta con el dinero y me recordaba que apagara las luces para ahorrar en las facturas.
En la escuela secundaria, conseguí un trabajo a tiempo parcial en un salón de belleza para mascotas para ganar algo de dinero. Papá estaba orgulloso y lo veía como un paso hacia la independencia. Mamá, sin embargo, no quedó impresionada. Cuando recibí mi primer cheque de pago, ella tomó más de la mitad, alegando que lo necesitaba para llevar la casa. Se convirtió en un patrón.
Entonces sobrevino la tragedia. Papá tuvo un accidente durante una tormenta y no sobrevivió. Mamá dio la noticia, su voz llena de tristeza mientras estaba en mi habitación, usando calcetines y pantuflas.
Estaba devastado. Papá era mi luz guía, el que hacía la vida soportable. Sin él, todo parecía sombrío. Mamá intentó consolarme, pero su presencia sólo me recordó el vacío que papá había dejado atrás.
Posteriormente, tuve que vivir la vida sin la calidez y el apoyo de papá. Mamá y yo intentamos llegar a fin de mes, pero la pérdida de ingresos de papá hizo las cosas aún más difíciles. A pesar de los desafíos, me aferré al recuerdo de papá y encontré consuelo en los momentos que compartimos y en el amor que él me dio incondicionalmente.