El suegro vino del campo a visitarlo; el yerno lo despreciaba por ser pobre y se negaba incluso a hablar con él, pero luego palideció de arrepentimiento cuando supo la verdad...

El día de la boda, el padre de María, Don Pedro, un campesino delgado y bronceado por el sol, viajó desde el rancho y dio todos sus ahorros para mantener a su hija.

Pero para Javier, el hombre no era más que “un hombre pobre y atrasado”.

Después de la boda, María a veces le pedía a su marido que volviera al pueblo a visitar a su padre, pero Javier siempre ponía excusas:

¿Qué sentido tiene ir allí? Solo polvo, campos y nada interesante de qué hablar.

María se entristeció, pero no se atrevió a reprocharle nada.

Un día, Don Pedro llegó inesperadamente a la ciudad para visitar a la pareja.

Viajaba en un viejo autobús y traía como regalo unos kilos de batatas y unos pomelos de su huerto.

Nada más llegar, María se emocionó:

¡Papá! ¿Cuándo llegaste? ¿Por qué no me avisaste para que te recogiera en la estación central?

Él sonrió amablemente:

—No quería molestarte, hija. Solo traje algunas cosas del rancho para que no olvidaras el sabor de casa.

María se conmovió hasta las lágrimas.

Pero Javier reaccionó de manera diferente.

Estaba en la sala mirando su celular; cuando vio entrar a Don Pedro con ropa desgastada y sandalias viejas, frunció el ceño, lo saludó con frialdad y se dio la vuelta.

Durante la comida, Don Pedro intentó charlar con su yerno:

Javier, ¿cómo va el trabajo? ¿Te cuesta mucho?

Javier comió rápidamente un poco de carne y respondió secamente:

“Lo de siempre.”

La atmósfera se puso tensa.

Don Pedro, sin embargo, sonrió y habló de las cosechas y de la vida en el pueblo.

Javier apenas escuchaba, asintiendo de vez en cuando.

En su interior, pensó con fastidio: «Un campesino sin dinero, ¿qué podría ser tan interesante? ¿Qué sabe de la vida moderna?».

María, al ver la frialdad de su marido, sufrió en silencio.

Esa tarde, Javier tenía una reunión importante con el director de una gran empresa, alguien con quien buscaba asociarse para salvar su negocio en crisis.

Se preparó apresuradamente, dejando a su suegro solo en el patio.

Poco después sonó el timbre.

Un coche de lujo se detuvo frente a la casa.

Un hombre elegante de mediana edad con un traje impecable salió. Javier corrió a saludarlo con una sonrisa servil:

 

 

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