Dio una ovación de pie.
Y junto a él estaba sentado Matthew, ya su prometido.
Emma les sonrió a ambos.
Y se dio cuenta: ahora no hay enemigos en su vida. Solo hay lecciones.
Epílogo
A última hora de la tarde cerró los ojos y oyó los pasos silenciosos de los niños, las risas y el viento fuera de la ventana.
Su casa estaba llena de luz.
En algún lugar a lo lejos, sonaba música, la misma música que una vez había sonado en la boda, pero ahora no cortaba el alma, sino que recordaba: todo sucedió como debía.
Emma ya no era la “ex esposa”.
Se convirtió en una mujer admirable, una madre, una amiga, una persona capaz de convertir la humillación en fortaleza.
Y si alguien le preguntaba si se arrepentía de aquella invitación, ella sonreía:
– No. Después de todo, ahí fue cuando empezó mi verdadera vida.