Lo que me enseñó la anciana de Maple Street
Hay algo sagrado en la compasión que no se transmite. La que se manifiesta a diario. La que no pide nada a cambio.
En nuestros últimos años, muchos de nosotros miramos hacia atrás y nos preguntamos: ¿Hice alguna diferencia?
Pero quizá la verdadera pregunta sea ésta: ¿Elegí ver?
La bondad nunca se desperdicia.
No se mide en aplausos, reconocimiento ni recompensas. Se mide en el impacto silencioso que deja: en los corazones, en los recuerdos, en las cartas escritas a mano que se transmiten mucho después de nuestra partida.
Así que la próxima vez que pasees por tu calle Maple, mira a tu alrededor. Quizás haya alguien sentado tranquilamente, esperando a ser visto.
Y puede que seas tú quien les dé una razón para creer que en el mundo aún hay rincones amables y personas dispuestas a preocuparse.