«Rex se alegra de haber tenido razón. Percibe la verdad».
María se arrodilló frente al perro y le acarició la cabeza.
Rex gruñó suavemente, como si dijera algo; un sonido ininteligible, pero claro.
Ella sonrió.
«Gracias por encontrarme».
Y por primera vez en mucho tiempo, sintió calma.
Epílogo
A veces la verdad no proviene de las personas, sino de quienes simplemente sienten.
Rex no se equivocaba. No reconoció al criminal. Reconoció un alma perdida.
Y quizá por eso los perros siguen siendo las criaturas más honestas de la tierra: no buscan beneficio. Simplemente nos llevan a casa.
