—Sal de mi casa. Mis abogados te contactarán.
Las semanas siguientes fueron difíciles. A Lily le costó adaptarse. No estaba acostumbrada a guardias, chóferes ni ropa de cama de seda.
Una noche, Enrique la encontró mirando un plato intacto.
“¿Quieres algo diferente?” preguntó suavemente.
Ella negó con la cabeza.
—No es la comida. Simplemente… no siento que pertenezco.
Enrique se sentó a su lado.
—Esta casa no nos ata. Tú sí. Te amo, hija mía.
Sus ojos se suavizaron.
-¿En realidad?
Él asintió.
—Perdí quince años. Déjame pasarme la vida reparándolos... si me lo permites.
Poco a poco, Lily abrió su corazón. Reanudó sus estudios bajo el nombre de Ramírez. Enrique asistía a todas las reuniones, recitales y eventos escolares.
Mientras tanto, Margarita enfrentó cargos por fraude, secuestro y poner en peligro a un menor.
En el juicio, Enrique tomó la mano de Lily.
—No tienes que enfrentarte a ella —susurró.
—No me importa —dijo Lily—. Solo te quiero a ti.
Más tarde, en el balcón de la mansión, Lily preguntó suavemente:
—Papá… ¿puedo llamarte así?
Los ojos de Enrique brillaron.
—Por favor. He esperado quince años para escucharlo.
Y en ese instante, don Enrique Ramírez volvió a sentirse completo.
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