El cubo mágico

Yanis se agachó frente a Leo y sacó un pequeño cubo de Rubik de su bolsillo. Empezó a girarlo entre los dedos, concentrado y preciso, sin decir palabra. El chasquido regular atrajo gradualmente la atención del inquieto niño.
Leo dejó de gritar. Sus ojos seguían los movimientos del cubo.
“¿Quieres intentarlo?”, ofreció Yanis con una sonrisa tranquila.
Tras un momento de vacilación, Leo extendió la mano. Por primera vez desde el despegue, no gritaba. Los pasajeros intercambiaron miradas de asombro. La azafata, conmovida, murmuró:
«Es increíble…».
Cuando la paciencia vale más que el oro
Sentados uno al lado del otro, los dos chicos se pusieron a alinear los colores del cubo. Yanis les explicó con suavidad, sin ser nunca insistente. La energía caótica de Leo se transformó en concentración. Se hizo el silencio, un silencio apacible, casi mágico.
Julien, atónito, observaba. Lo que no había podido comprar, este niño lo había regalado sin pedir nada a cambio. Cuando alguien le preguntó a Yanis cómo sabía qué hacer, simplemente respondió:
«Mi hermanito también tiene TDAH. A veces no hace falta que le digan que pare, solo que le den algo para disfrutar».
Estas palabras impactaron profundamente a Julien. Este joven desconocido acababa de enseñarle lo que ni los terapeutas ni los aparatos habían podido hacerle comprender: la clave es la atención , no la posesión.
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