El dinero no es mucho, pero quiero que mis hijos vivan en rectitud y armonía. No me entristezcas en el más allá.

El Conflicto
La noticia no tardó en correr la voz. Mi hermano mayor y mi segundo hermano vinieron a mi casa una noche con el rostro endurecido.

“¿Piensas quedártelo todo?”, gritó el mayor. “Ese dinero es la herencia de mamá, ¿por qué lo escondes?”

“No lo escondí”, respondí. “Pensaba decirlo en el aniversario de su muerte. Pero recuerda: despreciabas las mantas y querías tirarlas. Si no las hubiera traído, el dinero ya no existiría”.

El segundo murmuró enfadado:

“Sea como sea, es propiedad de mamá. Está dividida entre los tres; ni se te ocurra quedártela toda”.

Guardé silencio. Sabía que el dinero debía dividirse, pero también recordaba cómo trataban a mamá. Nunca le daban nada, mientras que yo, aunque pobre, le enviaba algo cada mes. Cuando enfermaba, la cuidaba yo solo; siempre tenían excusas. Y ahora…

Las discusiones duraron varios días. El mayor incluso amenazó con demandarme.

La última carta
Al revisar las bolsas de nuevo, encontré un pequeño trozo de papel escondido en el fondo. Era la letra temblorosa de mamá:

“Estas tres mantas son para mis tres hijos.

Cualquiera que todavía me quiera y recuerde mi sacrificio lo reconocerá.

El dinero no es mucho, pero quiero que vivan con rectitud y armonía.

No me entristezcas en el más allá”.

Abracé el papel, llorando desconsoladamente. Mamá lo había planeado todo. Era su forma de ponernos a prueba.

Llamé a mis hermanos y, cuando llegaron, les puse la nota delante. Permanecieron en silencio, con la mirada baja. Un silencio denso, roto solo por sollozos, invadió la habitación.

Mi decisión

Les dije con calma:

“Mamá dejó esto para los tres. No me quedaré con nada. Propongo que lo dividamos a partes iguales. Pero recuerden: el dinero es importante, sí, pero lo que más quería era que viviéramos en paz”.

 

 

 

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