El bebé del multimillonario no dejaba de llorar en el avión, hasta que un niño negro hizo lo impensable.

—Me llamo Mason —dijo el joven—. He cuidado de mi hermana pequeña desde que nació. Sé cómo calmar a un bebé… si me dejan intentarlo.

Henry vaciló. Todo su ser deseaba mantener el control.

Pero el llanto de Nora le traspasó el alma. Lentamente, asintió.

Mason se acercó con cautela y habló en voz muy baja:

“Shh, pequeña… tranquila”, y comenzó a mecerla suavemente, tarareando una melodía dulce.

Ocurrió un milagro.

En cuestión de minutos, el llanto cesó.

Nora, que había estado temblando y gritando de desesperación, ahora dormía plácidamente en brazos del niño.

Las azafatas se miraron entre sí, sin poder articular palabra.

Henry se cubrió el rostro, con una mezcla de alivio y emoción en los ojos.

—¿Cómo hiciste eso? —preguntó con la voz quebrada.

Mason sonrió.

“A veces, todo lo que un bebé necesita es sentir que alguien está lo suficientemente tranquilo como para cuidarlo.”

Las palabras le impactaron como una verdad silenciosa.

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