Doce años después de compartir mi almuerzo con una niña hambrienta, me envió $20,000 y cambió mi vida para siempre.

Había una niña en nuestra clase, de familia pobre. Todos los días, se reía y decía: "¡Ay, mamá olvidó mi almuerzo otra vez!". A nadie le importaba, excepto a mí. Se lo conté a mi mamá, y desde ese día, preparó dos almuerzos. Uno para mí y otro para ella.

Nunca hablamos mucho del tema; solo compartíamos nuestra comida y pequeñas sonrisas entre clases. Se llamaba Annabelle. Era tranquila, educada y siempre agradecida, incluso cuando solo le daba medio sándwich o una galletita.

Luego terminó la secundaria y la vida nos llevó por caminos diferentes. Perdimos el contacto. Fui a la universidad en otra ciudad, me ocupé del trabajo y nunca volví a pensar en ella, hasta esa extraña llamada doce años después.