Diez minutos después, me devolvió la llamada, su voz temblaba:
—“¿Qué quieres? ¿Es un chantaje?”
Sonreí:
—“No, solo recordarte algo: siempre hay un precio que pagar. En dinero… o en libertad.”
24 horas después, mi cuenta mostraba $1,000,000 MXN, transferidos desde una empresa fachada a nombre de su primo en Querétaro. No hubo mensaje, ni disculpa. Solo dinero —el precio de la vida que él había destrozado.
No gasté nada en mí. Una parte la envié a mis padres en Guadalajara. Otra la doné al fondo que Patricia había creado para apoyar a mujeres divorciadas que buscaban emprender. El resto lo guardé en el banco, no para gastarlo, sino para recordarme: caí, pero no me rompí.
Nunca pensé en venganza. Pero a veces en la vida hace falta un contraataque, para que la gente recuerde sus límites. Ricardo no fue a prisión, pero sé que jamás volverá a humillar a otra mujer —mucho menos a la exesposa de la que pensó que no tenía nada en las manos.