En la comisaría intentó justificarse, asegurando entre lágrimas que “su hijo le había dado permiso”.
Pero la ley es clara:
la tarjeta estaba a nombre de Adriana, y el uso fue sin autorización.
Legalmente, era robo.
Se enfrentaba a una multa o incluso a responsabilidad penal.
Cuando Mateo se enteró, corrió a casa, furioso, gritando que Adriana había “arruinado la vida de su madre”.
Ella no respondió.
Solo tomó su ropa, la puso en su maleta y la dejó fuera de la puerta.
Luego dijo, con una calma que dolía más que cualquier grito:
—Llevas tres años viviendo de mí. Ya basta. Ve a mantener a tu madre tú mismo.
Y cerró la puerta.
Para siempre.
