En su diario personal, escribió: «Él me veía como vieja. Débil. Una carga. Pero la riqueza nunca es ruidosa, y la sabiduría nunca es obvia. Olvidó quién le enseñó a leer un contrato. No necesitaba venganza. Solo necesitaba distancia… y tiempo. Eso siempre fue suficiente». Cinco años después, cuando Margaret falleció pacíficamente a los 83 años, el obituario en The Wall Street Journal reveló la magnitud de su imperio: 107 millones de dólares en activos diversificados, distribuidos entre organizaciones benéficas educativas, iniciativas de inversión para mujeres y subsidios de vivienda para niños de acogida. El nombre de Andrew no fue mencionado ni una sola vez. Pero bajo una nota al pie, en la última página, una sola línea destacaba: «No le sobreviven herederos directos».
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