Después de quince años de matrimonio, cometí un error devastador: le fui infiel a mi esposa y decidí confesarlo.
Ella no gritó ni arrojó cosas.
En cambio, las lágrimas cayeron en silencio y ella se volvió distante y retraída.
Entonces, de la nada, todo cambió.
Empezó a tratarme con cariño de nuevo: cocinaba mis platos favoritos, me dejaba notas amables y me saludaba con cálidas sonrisas, como si nada hubiera pasado. No le encontraba sentido.

Pasaron las semanas, y su calma me inquietaba. Cada semana decía que tenía citas con su ginecólogo. Intenté confiar en ella, pero la culpa me hacía sospechar.
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