El trayecto de la casa a la tienda le resultaba completamente familiar a Ana. Había recorrido esa ruta cientos de veces, de día y de noche, sin experimentar jamás problemas de seguridad. Don Aurelio recordaría más tarde que Ana llegó a su tienda aproximadamente a las 5:15 de la tarde. Compró un litro de leche entera, pagó con un billete de 20 pesos y recibió 8 pesos de cambio. La transacción duró menos de 3 minutos, y Ana no mostró ninguna preocupación.
Parecía normal como siempre, declararía Don Aurelio a las autoridades semanas después. Me saludó, compró la leche, me preguntó cómo estaba mi esposa y se despidió cordialmente. Según múltiples testimonios de vecinos, Ana salió de la tienda aproximadamente a las 5 de la tarde, caminando hacia su casa por la ruta habitual.
Tres personas confirmaron haberlo visto durante los primeros dos minutos del trayecto: la señora Maldonado, que barría frente a su casa; el joven Raúl Ibarra, que esperaba el autobús; y la niña Carmen Soto, que jugaba en la puerta de su casa.
Todos coincidieron en que Ana llevaba una bolsa de plástico con leche, caminaba a paso normal y parecía que nadie la seguía. Sin embargo, Ana Morales nunca llegó a casa. Jorge empezó a preocuparse a las 5:30 cuando su hermana no regresó tras casi una hora de ausencia para una tarea que normalmente le tomaba 10 minutos. Patricia llegó de la escuela a las 6 y preguntó inmediatamente por Ana.
A las 6:30, Jorge decidió caminar la ruta hasta la tienda de Don Aurelio para buscar a su hermana. Encontró el negocio funcionando normalmente, pero Don Aurelio confirmó que Ana había estado ahí y se había ido antes más de una hora.
Jorge caminó con cuidado las cuatro cuadras que separaban la tienda de su casa, revisando las calles adyacentes, preguntando a los vecinos e incluso explorando el pequeño parque donde ocasionalmente se reunían algunos jóvenes. No encontró rastro de Ana ni del litro de leche que había comprado. La preocupación se convirtió en alarma cuando María Teresa regresó del trabajo a las 7 p. m. y encontró a Jorge y Patricia esperándola con cara de ansiedad.
¿Dónde está Ana? Esa fue la primera pregunta de María Teresa al ver a sus hijos menores solos en casa. «No sabemos, mamá», respondió Jorge con la voz entrecortada. Fue a comprar leche a las 5 y nunca regresó. María Teresa sintió que el mundo se detenía a su alrededor. En 15 años viviendo en el barrio de Santa María, en 19 años conociendo a su hija, Ana nunca había desaparecido sin previo aviso.
Era una joven de rutinas predecibles, responsabilidades claras y comunicación constante con su familia. Algo terrible había sucedido en esas cuatro cuadras entre la tienda de Don Aurelio y la casa familiar. ¿Pero qué? ¿Cómo y por qué quedaron preguntas sin respuesta que torturarían a María Teresa durante los siguientes 15 años? La primera teoría que dominó tanto la investigación oficial como las especulaciones en el barrio apuntaba a un secuestro exprés llevado a cabo por delincuentes que confundieron a Ana con una joven de familia adinerada. Era
En 2002, Monterrey experimentaba un preocupante aumento de este tipo de delitos. La hipótesis cobró fuerza porque Ana, a pesar de pertenecer a una familia de escasos recursos, tenía una apariencia que podría haber generado confusión en los secuestradores que la observaban superficialmente. Era una joven bien arreglada, siempre con ropa limpia y planchada, y caminaba con la seguridad de alguien acostumbrado a moverse por su barrio sin preocupaciones.
El investigador Carlos Mendoza, inicialmente asignado al caso, desarrolló una teoría específica. Es probable que un grupo criminal haya identificado a la joven como un objetivo potencial, sin investigar adecuadamente su verdadera situación económica. Al percatarse del error, posiblemente decidieron borrarlo para evitar ser identificados. Esta teoría explica la total ausencia de contacto tras el secuestro.
En los casos de secuestro tradicional, los delincuentes se comunican con la familia para negociar un rescate. En el caso de Ana, nunca recibió una llamada solicitando dinero. María Teresa encontró cierta lógica en esta explicación durante los primeros meses de búsqueda. Le permitió mantener la esperanza de que Ana seguía viva, retenida en algún lugar remoto por delincuentes que finalmente la liberarían cuando confirmaran que la familia no podía pagar el rescate.
La segunda teoría importante surgió de los comentarios de algunos vecinos sobre un coche desconocido que había sido visto circulando por el barrio los días previos a la desaparición. La Sra. Maldonado recordó haber visto un sedán gris con placas que no pudo recordar, ocupado por dos hombres que parecían observar las rutinas del barrio.
“No les di importancia en ese momento”, dijo la Sra. Maldonado a los investigadores. Pensé que podrían ser familiares de un nuevo vecino o tal vez vendedores, pero ahora que lo pienso, me pareció extraño que se quedaran tanto tiempo sin bajarse del coche. Esta información generó una búsqueda intensiva de testigos que pudieran aportar más detalles sobre el vehículo sospechoso.
Durante varias semanas, la investigación se centró en localizar coches similares, revisar los registros de robos de vehículos y construir retratos hablados de los ocupantes. La teoría del coche sospechoso mantuvo ocupados a los investigadores durante casi seis meses, pero nunca arrojó pistas concretas que condujeran a Ana.
Los retratos hablados no coincidían con los delincuentes conocidos en la base de datos policial. La tercera teoría, más dolorosa para María Teresa, pero igualmente persistente, sugería que Ana había decidido abandonar voluntariamente su vida en Monterrey para empezar una nueva vida en otra ciudad. Algunos investigadores argumentaban que una joven de 19 años con abrumadoras responsabilidades familiares y pocas oportunidades de desarrollo personal podría haber planeado en secreto una fuga.
“Hemos visto casos similares”, explicó el investigador Mendoza a María Teresa. Jóvenes que sienten el peso de las expectativas familiares y deciden buscar la independencia sin enfrentamientos dolorosos. María Teresa rechazó categóricamente esta posibilidad. Ana jamás me habría hecho algo así.
Ella sabía cuánto la necesitaban Jorge y Patricia y, sobre todo, me amaba demasiado como para causarme este sufrimiento. Estas tres teorías principales dominaron la investigación durante los dos primeros años tras la desaparición de Ana. Cada una tenía elementos convincentes, pero también importantes lagunas que impedían un avance concluyente. Lo que ninguna teoría contemplaba era la posibilidad más simple y, al mismo tiempo, la más impensable: que Ana Morales nunca hubiera salido realmente del barrio de Santa María y que durante todo el tiempo de la búsqueda hubiera permanecido menos de…
100 personas se reunieron en la casa donde María Teresa lloraba su ausencia cada noche. Para 2007, cinco años después de la desaparición de Ana, la investigación oficial estaba prácticamente paralizada. Los expedientes ocupaban tres carpetas completas en las oficinas de la Policía Ministerial, pero las pistas activas se habían agotado sin resultados tangibles. María Teresa había transformado por completo su vida gracias a la búsqueda de Ana.
Había reducido su jornada laboral como empleada doméstica para dedicar más tiempo a visitar oficinas gubernamentales, organizar campañas de búsqueda y mantener viva la atención mediática sobre el caso. Sus ingresos habían disminuido considerablemente, pero había desarrollado una red de apoyo entre vecinos y organizaciones civiles.
Jorge, ahora de 20 años, había abandonado la secundaria para trabajar a tiempo completo y compensar la reducción de ingresos familiares. Se había convertido en un joven serio y responsable, pero también resentido por la ausencia de su hermana. Patricia, de 17 años, mostraba síntomas de depresión adolescente, agravados por la tensión constante en el hogar familiar.
Mamá, tienes que aceptar que quizá Ana no vuelva. Jorge se lo había dicho en una conversación especialmente dolorosa. Han pasado cinco años. No podemos seguir viviendo como si fuera a aparecer mañana. María Teresa se había enfurecido con esa sugerencia. ¿Cómo puedes decir eso? Ana es tu hermana.
Mientras tenga vida, seguiré buscándola. Sin embargo, en la intimidad de su habitación, durante las noches de insomnio que se habían vuelto rutinarias, María Teresa se debatía con las dudas que la atormentaban: si Ana realmente había decidido irse voluntariamente y si toda la búsqueda era un ejercicio inútil que estaba destruyendo lo que quedaba de su familia.
Rogelio Fernández, el vecino que vivía a 50 metros de los Morales, había mostrado durante todos esos años un apoyo discreto pero constante a María Teresa. De vez en cuando se acercaba a preguntar sobre el progreso de la investigación, a ofrecer ayuda para colocar carteles en zonas remotas de la colonia o a expresar palabras de aliento en los momentos más difíciles.
—No pierda la fe, señora María Teresa —le dijo Rogelio al encontrarla particularmente desanimada—. Las madres tienen una conexión especial con sus hijos. Si Ana muriera, lo sentiría. El hecho de que tenga esperanza significa que sigue viva en algún lugar. Rogelio se había hecho cada vez más presente en la vida cotidiana de la colonia.
Había empezado a ofrecer pequeños servicios de reparación doméstica que le permitían entrar legalmente en las casas de sus vecinos. Era un hombre hábil, cobraba precios justos y hacía un trabajo de calidad. Su casa, un edificio de una sola planta, un poco más grande que las viviendas circundantes, se había convertido en un pequeño punto de referencia en el barrio.
Con el paso de los años, Rogelio había construido un taller improvisado en el patio trasero, donde reparaba electrodomésticos. El sonido de las herramientas por las noches se había convertido en parte del paisaje sonoro habitual de la calle. María Teresa había desarrollado una genuina gratitud hacia Rogelio, combinada con la familiaridad de años de convivencia vecinal. Él había demostrado ser una de las pocas personas que nunca perdió el interés en encontrar a Ana.
Nunca cuestioné la decisión de María Teresa de seguir esperando. Durante 2007, María Teresa comenzó a experimentar lo que más tarde describiría como fatiga del alma. La búsqueda constante, la esperanza mantenida contra toda evidencia y la tensión de mantener a una familia fracturada habían empezado a pasar factura física y emocionalmente. Sus ahorros se habían agotado por completo.
Su salud mostraba signos de deterioro. Había desarrollado hipertensión, sufría de dolores de cabeza crónicos y había perdido casi 15 kg en los últimos dos años. Únete a nosotros en este canal. Suscríbete y comparte tu opinión en los comentarios. El momento que lo cambiaría todo llegó de la forma más inesperada durante la segunda semana de septiembre de 2017, exactamente 15 años después de la desaparición de Ana.
Todo comenzó con una inspección rutinaria del departamento de salud municipal en la colonia Santa María. Varios vecinos habían presentado quejas sobre olores extraños provenientes de diferentes viviendas, problemas de drenaje y sospechas de construcciones no autorizadas que podrían estar infringiendo las normas urbanísticas. La inspección estaba programada para revisar 15 viviendas en la calle Juárez, incluyendo la propiedad de Rogelio Fernández.
María Teresa se había enterado de la inspección por medio de la señora García, quien le había comentado que los inspectores llegarían el martes por la mañana por razones que ella misma no podría explicar con detalle, María Teresa sintió una inexplicable urgencia de acompañar a los inspectores cuando revisaron la casa de Rogelio.
“No sé por qué, pero siento que debo estar ahí”, le confesó a su vecina la noche anterior. Durante todos estos años, Don Rogelio ha sido muy bueno conmigo. Quiero asegurarme de que no tenga problemas con las autoridades. El martes 12 de septiembre de 2017, a las 10 de la mañana, María Teresa se presentó en la oficina municipal para solicitar permiso para acompañar la inspección como representante del comité vecinal.
El inspector jefe, Ramón Herrera, accedió cuando María Teresa le explicó su situación personal y su conocimiento de la historia de la colonia. La inspección de la casa de Rogelio estaba programada para las 11:30. Cuando María Teresa y los tres inspectores llegaron a la propiedad, encontraron a Rogelio, visiblemente nervioso, pero dispuesto a cooperar. Había preparado todos los documentos relacionados con su vivienda y parecía ansioso por completar el proceso rápidamente.
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