Una tarde tranquila se vuelve inquietante
Había sido uno de esos días largos y agotadores que te hacen desear poder teletransportarte a casa. Claire subió al tren de la tarde con su bolso al hombro, con pasos pesados pero deseosa de descansar. Afuera, el sol se ponía, tiñendo el cielo de suaves vetas anaranjadas y rosas. La luz se filtraba por las ventanas, proyectando un resplandor dorado sobre el vagón, como si intentara calmar a los cansados viajeros con su suave calidez.
Claire encontró un asiento vacío y se acomodó, dejando escapar un suspiro que no se había dado cuenta de que estaba conteniendo. Por un momento, se permitió disfrutar del silencio, del ritmo del tren traqueteando sobre las vías, del parloteo de los pasajeros que se desvanecía.
Pero entonces ella lo notó.
Un hombre estaba sentado frente a ella, con sus ojos fijos en ella.
No había nada amenazante en su rostro. Su expresión era tranquila, casi indescifrable. Sin embargo, su mirada nunca se desvió, nunca se suavizó. Era el tipo de mirada que te erizaba la piel, la que despierta un instinto profundo: una voz suave que susurra: «Algo no va bien».
Claire apartó la mirada, diciéndose a sí misma que no debía darle demasiadas vueltas. Quizás estaba absorto en sus pensamientos. Quizás ni siquiera la miraba. Pero cada vez que se atrevía a mirarlo de nuevo, sus ojos estaban allí, firmes y sin pestañear.
La inquietud en su pecho se hacía más pesada con cada minuto que pasaba.
Una decisión repentina
Mientras el tren seguía traqueteando, Claire intentó calmar sus pensamientos. « No seas paranoica», se dijo. Pero la sensación no se le iba. Sus manos aferraron su bolso con más fuerza.
Cuando llegó el anuncio de la siguiente parada, tomó una decisión rápida. Aunque no era su estación, bajaría temprano. Algo en su interior le decía que así era más seguro.
Recogió sus pertenencias rápidamente, casi demasiado rápido, como si el hombre notara su repentina urgencia. Se puso de pie y se dirigió hacia las puertas. Justo antes de bajarse, el instinto la hizo mirar atrás.
El hombre todavía la estaba observando.
Su pulso se aceleró al cerrarse las puertas tras ella. El tren arrancó, llevándolo a la distancia. Exhaló, un suspiro tembloroso de alivio y confusión a la vez. ¿Qué acababa de pasar? ¿Imaginaba peligro donde no lo había?
Decidió esperar el siguiente tren. Quizás el viaje sería más tranquilo, quizás la inquietud se disiparía.
Pero el destino tenía otros planes.
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