Con un tono tranquilo, dijo que la mujer detrás de mí había estado sintiendo incomodidad.
Explicó cómo pequeñas acciones pueden afectar enormemente a los demás.
Sus palabras me hicieron darme cuenta de lo rápido que nos olvidamos de considerar a quienes nos rodean.
Mientras caminaba por el aeropuerto, su amable recordatorio resonó en mi mente.
Pensé en cómo un simple momento de bondad podría haberle facilitado el viaje a alguien.
En cambio, elegí la impaciencia en lugar de la empatía. A veces no nos damos cuenta de cuándo alguien necesita comprensión más que cualquier otra cosa.
Ese día me enseñó que la conciencia no es sólo etiqueta: es compasión en práctica.
Ahora, cada vez que viajo, trato de crear comodidad en lugar de quitarla.
Pregunto antes de reclinarme, ofrezco ayuda cuando es necesario y recuerdo que todos llevamos desafíos invisibles.
Ese vuelo se convirtió en una silenciosa lección de humildad y amabilidad. Nunca perdemos nada siendo amables con los demás.
Al final, un corazón reflexivo viaja más lejos que cualquier asiento de avión.