Explicó que enjuagar los huevos no era una regla que él creía que fuera universalmente correcta, sino algo que asociaba con la comodidad y la seguridad porque era una rutina que seguía su madre.
No se había dado cuenta de lo rápido que hablaba, ni de cómo podría haberlo sentido como un juicio en lugar de curiosidad. Mira escuchó, su expresión cambiando lentamente de cautelosa a pensativa. Compartió que su frustración provenía de querer que sus esfuerzos importaran, no de ser comparada ni corregida.
Mientras hablaban, descubrieron que el verdadero problema no eran los huevos en absoluto, sino la facilidad con la que los viejos hábitos pueden eclipsar las nuevas relaciones cuando no se examinan.
Por la noche, se encontraron cocinando juntos nuevamente.
Esta vez, ambos se rieron mientras cascaban los huevos, sin enjuague, sin reglas, solo el sonido de las cáscaras golpeando suavemente contra el recipiente.
Evan se dio cuenta de que no necesitaba trasladar todas las costumbres de su infancia a la edad adulta, y Mira se dio cuenta de que a veces el amor viene envuelto en recuerdos inesperados.
En esa pequeña cocina, crearon un nuevo entendimiento: que construir una vida juntos significaba mezclar tradiciones, comunicarse con gentileza y aprender qué hábitos mantener y cuáles dejar ir.
Y mientras compartían su comida, el malentendido de la mañana se convirtió en un pequeño recordatorio de que las relaciones no surgen de rutinas perfectas, sino de la voluntad de aprender, escuchar y elegir la amabilidad, incluso por algo tan simple como el desayuno.