Fingí no oír el patronímico.
"Mamá, déjame conocerte", dijo Tatyana rápidamente, intentando recuperar el control de la situación. "Ellos son mis padres, Irina Leonidovna y Sergei Mikhailovich."
"Mucho gusto", dije, extendiendo la mano.
Irina Leonidovna me tocó la palma fríamente con las yemas de los dedos, como si yo fuera algo sospechoso. Sergei Mikhailovich me estrechó la mano con un poco más de firmeza —quizás por costumbre—, pero un destello de decepción brilló en sus ojos.
Esperaban algo diferente.
No una mujer con un abrigo modesto, sino al menos una maestra o doctora "respetable" que, con una sonrisa radiante, agradecería al destino que la hija de gente rica permitiera a su hijo entrar en su círculo.
Pero vieron... lo que les mostré.
"Siéntese", dijo el camarero, acercando una silla.
Me senté, consciente de las miradas de docenas.
Tatiana se ajustó nerviosamente la servilleta en el regazo. Dima aferró el menú con tanta fuerza que se le pusieron blancos los nudillos.
El experimento comenzó.
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