Aguantar los comentarios, las miradas y las bromas del chivo era el precio que pagaba, pero la línea entre una broma pesada y un ataque directo se estaba borrando rápidamente. La humillación con la manguera no fue el primer incidente, pero sí el más público. Lo hizo frente a todo el turno de la tarde, esperando que ella corriera a llorar o le suplicara que se detuviera. Quería quebrarla. Lo que el chivo ignoraba era el pasado de Rosa. No veía las cicatrices finas sobre sus nudillos, ni la forma en que su cuerpo, aunque cubierto por ropa de trabajo holgada, se movía con una economía de movimiento y un equilibrio que no eran naturales.
sabía de los años de entrenamiento antes del amanecer, de los gimnasios sudorosos en los barrios bravos de Boca del Río, ni del cinturón de campeona estatal de peso gallo que guardaba en una caja de madera bajo el asiento de su camión. Él veía a una mujer sola y vulnerable. Ella veía a un oponente predecible y descuidado. La tensión en el patio era palpable. El agua seguía cayendo sobre rosa, pegando su ropa a su cuerpo, pero su postura no cambió.
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