El capataz atacó a la camionera con una manguera para humillarla frente a todos, pero no tenía idea de que ella era una luchadora profesional de artes marciales mixtas. Él solo quería romper su espíritu, pero en su lugar despertó a una bestia. El chorro de agua fría la golpeó con fuerza en el pecho. El capataz, un hombre corpulento, apodado, el chivo, se reía a carcajadas. mientras sostenía la manguera de alta presión. Para que te refresques, morena. Parece que el calor de Jalisco te está afectando.
Algunos jornaleros rieron nerviosamente, otros bajaron la mirada, pero la mujer, empapada y quieta junto a su tráiler, no se movió, simplemente lo miró. Sus ojos oscuros no mostraban miedo, solo un cálculo frío y preciso. El chivo no lo sabía, pero acababa de cometer el peor error de su vida.
Rosa llegó a la hacienda El agabe de oro hacía tr meses. Venía de Veracruz con su camión Kenworth del 98, un monstruo de acero al que llamaba El Valiente. Era la única mujer camionera en toda la región. un hecho que no pasaba desapercibido. Su piel oscura y su acento costeño la hacían destacar aún más entre los trabajadores del campo. En su mayoría hombres de piel curtida por el sol de Jalisco.
Desde el primer día, Ricardo el chivo la vio no como una colega, sino como un clavo que sobresalía y necesitaba ser martillado. Él era el capataz, un puesto que heredó de su padre y gobernaba el patio de la hacienda con puño de hierro y una boca llena de insultos. Su autoridad se basaba en el miedo. El problema de Rosa era simple. Necesitaba el trabajo. La paga en el agro era buena y puntual, y ella tenía una familia que dependía del dinero que enviaba a casa.
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