Mientras Alexey se duchaba, Marina miró su teléfono: la contraseña seguía siendo la fecha de su boda. Nada sospechoso. La llamada de su jefe esa misma mañana seguía ahí.
Al escuchar a Alexey tararear su canción favorita, se dio cuenta de que tal vez el verdadero problema era la costumbre: habían dejado de sorprenderse mutuamente.
A la mañana siguiente se despertó temprano, preparó el desayuno y lo besó para despertarlo.

Sólo con buenas ilustraciones
Tengo una sorpresa. Me tomé el día libre hoy, y tú también deberías.
“¿Para qué?” murmuró.
“Un pequeño viaje de negocios, solos, sin teléfonos”. Le entregaron dos billetes de tren para el complejo rural donde habían pasado su primer aniversario.
Suena radiante. "Te amo, ¿sabes?"
“Yo también te amo y ya no quiero mirar tu teléfono”.
—¡Así que me espiaste! —se rió. Ella le lanzó una almohada, riéndose también.
A veces, pensó, simplemente hay que confiar, y a veces hay que dar el primer paso para reavivar la chispa.
Una semana después, Marina encontró una postal de Colonia en el buzón:
Querida Marina, tu esposo habló con cariño de ti durante nuestra reunión. El chocolate que eligió para ti es una especialidad de nuestra fábrica familiar. Espero que lo disfrutes.
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