Comenzó como un viaje normal a casa, el tranvía lleno de pasajeros cansados, sumidos en sus pensamientos.
Entonces entró aquella mujer que hacía malabarismos con un bebé en un brazo y una pesada bolsa en el otro. Tenía los ojos hinchados por la fatiga, su postura encorvada bajo una carga mucho mayor de la que físicamente soportaba. Lo que más me impactó no fue solo su cansancio, sino el silencio que la siguió.
Nadie se movió. Nadie le ofreció asiento. Me dolía la espalda ese día, pero algo dentro de mí se negaba a dejar pasar el momento. Lentamente, me levanté y le hice un gesto para que ocupara mi lugar. Me miró, dudando entre hablar y callar, antes de agacharse con un leve asentimiento.
Mientras el tranvía avanzaba traqueteando, abrazó a su hijo, murmurándole al oído, con los labios temblorosos como si cada murmullo cargara con el peso de una oración.
⏬ Continua en la siguiente pagina ⏬